Comenzando a pensar en el origen de la biodiversidad

En Occidente, el estudio de la vida tiene sus raíces en la antigua Grecia. Aristóteles (que vivió en el siglo IV a.C.) es considerado el primer naturalista. Él pensaba que los seres vivos se podían clasificar según un orden jerárquico mediante lo que denominó Scala naturae (escala de la naturaleza). En el escalón más bajo de tal clasificación lineal, se ubicaban los minerales. Luego, ascendiendo, se econtraban las plantas. Después continuaban los animales más simples hasta ascender a los vertebrados, llegando al ser humano, que estaba en el escalón más alto. Cada organismo ocupaba un lugar fijo, inamovible y adaptado a su ambiente, y donde los organismos de un escalón no se relacionaban con los de los escalones adyacentes. Para Aristóteles, las especies habían existido así desde siempre.

Hasta los siglos XVI y XVII, el conocimiento científico coincidía con ciertas religiones. En ese contexto, en el mundo occidental, predominaba la visión de que los seres vivos habían sido creados por un dios, postura conocida como creacionismo. Sin embargo, se debatían dos posturas: si cada especie se había originado independientemente de las otras y se mantenían fijas desde su creación, o si algunas podían haber dado origen a otros nuevos organismos a través de cambios graduales. Esta última visión comenzó a tener más fuerza desde el siglo XVIII y dio lugar a dos corrientes de pensamiento: el fijismo y el transformismo.

Hacia fines del siglo XVIII, fueron los geólogos los que aportaron nuevas pistas para comprender el origen de la biodiversidad. James Hutton postuló que, a través de la historia, la superficie de la Tierra había sido y es continuamente modelada por procesos lentos y graduales, por agentes físicos como el viento, el agua y los cambios de temperatura. Esta teoría, conocida como uniformismo, proponía entonces que la edad de la Tierra era mucho mayor de lo que se creía; hasta entonces, se estimaba la edad del planeta en 6000 años.

Sin embargo, hubo alguien que propuso ideas contrarias a las de Hutton: Georges Cuvier. A principios del siglo XIX, Cuvier promovió el estudio de la anatomía comparada de los organismos, y se basó en un minucioso estudio de los fósiles para afirmar que existían extinciones. A partir de estas evidencias, Cuvier afirmó que eran necesarios cambios bruscos para explicar la extinción de las especies. Así, surgió la teoría llamada catastrofismo, que postulaba que, después de ocurridas catástrofes como terremotos o inundaciones, aparecían nuevas especies. Se opuso fervientemente a las ideas evolucionistas, dado que afirmaba que las nuevas especies eran creaciones divinas e independientes entre sí.

La teoría del ctastrofismo predominó en la geología hasta que el geólogo escocés Charles Lyell publicó en el siglo XIX su obra en la que defendía el uniformismo. Lyell explicaba que no se había tenido en cuenta que los grandes cambios que se observaban en el registro fósil debían de haber ocurrido durante cientos de millones de años. Por lo tanto, lo que en principio eran indicios de catástrofes, en realidad eran cambios graduales si se consideraba la inmensidad del tiempo en que ocurrieron.

Adaptado de Biología 2, Ed. Santillana, 2016